sábado, 2 de marzo de 2013

El libro no se muere sino todo lo contrario


El libro no se muere sino todo lo contrario

¿Cómo leer Ana Karenina en el iPad? ¿Kirkegaard en el Kindle? Los verdaderos amantes de la lectura se rebelan contra la textura, la mecánica, la falta de brillo y, en general, la falta de nobleza de nuestras tabletas y lectores digitales. Las tipografías son feas, las ilustraciones son malas, el plástico es frío y huele mal. El parpadeo del pasar de página da dolor de cabeza, todos los libros parecen iguales. Pero esos libros que tanto nos gustan ahora le parecían basura a los amantes de la lectura unos años atrás.


En el mundo del libro reina la confusión: las bibliotecas tradicionales se deshacen de los libros y los grandes archivos digitales empiezan a acumular en papel. Las grandes editoriales y sus estrellas ven llegar el Apocalipsis pero cada vez hay más escritores, más editoriales especializadas, más revistas literarias y más tiendas de libros de primera y segunda mano. Y ahora dicen al otro lado del charco que las previsiones para el libro digital eran exageradas y que el papel no se muere sino todo lo contrario. No es de extrañar: hace 500 años ya nos pasó lo mismo.

El mito de Gutenberg 

La invención de la imprenta no acabó con el libro manuscrito: en el XVII, 150 años después de que Gutenberg llevara su biblia a la Feria de Frankfurt, los manuscritos aún compartían espacio en las bibliotecas con sus predecesores impresos porque esos amantes de la lectura se negaban a tocar el desagradable material. ¡Cómo comparar aquellos garabatos mal tintados con los trabajos exquisitos de los talleres de París, Flandes y Bramante, Brujas y Gante! Aquellos manuscritos acariciaban las puntas de los dedos y estaban hechos a la medida de su dueño, que podía combinar graciosamente sus plegarias favoritas y sus misas con sus cantos en el orden que le pareciera bien.

Los nuevos libros servirían a universidades y estudiantes, notarios, curillas y otros “profesionales” en el ejercicio de sus labores, pero nunca alimentaría a las mentes elevadas. Además de producir copias idénticas del mismo libro, la nueva tecnología “imprenta” popularizó romances degenerados como el Roman de la Rose y las leyendas del Rey Arturo en lenguas vulgares como el francés o el alemán, cuando todo el mundo sabe que el único idioma que lee la gente culta es el latín.

Contra todo pronóstico (qué fácil es criticar en retrospectiva), el libro sustituyó al Codex a tiempo para la Ilustración, no porque las generaciones siguientes tuvieran la sensibilidad de un cubo de acelgas sino porque era más sostenible. El cálido pergamino que tanto amaba la aristocracia lectora estaba hecho con la piel estirada de un cordero o cabrito muy joven (la vitela de los más exquisitos está hecha con la dermis de nonatos o recién nacidos) y una biblia mediana le costaba el pellejo a muchos cientos. Y, como daba de comer a una industria entera de granjeros, peleteros, tinteros, escribientes, maquetadores e ilustradores, era tan caro que en el siglo XVIII los irredentos procedieron a “lavar” los exquisitos textos medievales para escribir lo suyo encima.
En aquellos palimpsestos desenterró el lingüista milanes Angelo Mai las cartas de Antonino y Marco Aurelio, algunas piezas de Homero y el Tratado de la República de Cicerón en 1822. Cabe preguntarse cuántas grandes obras del pensamiento occidental se fueron por el desagüe por desprecio a las nuevas tecnologías. 

El libro está enladrillado ¿quién lo desenladrillará? 

Aquella industria murió, pero no sin antes crecer y beneficiarse durante varios siglos de la nueva tecnología, que multiplicó varias veces el número de lectores que, aunque no fueran aristócratas, aspiraban a tener un Codex porque era tan distinguido como hoy tener un Renoir. Y con los apestosos libros a máquina llegó otra que ha vivido muchas edades de oro a pesar del periódicoel fonógrafola televisión y todas aquellas tecnologías que parecían venir a asesinarla y que luego resultaron ser una bendición.

Al igual que la industria del disco, nuestra industria del libro vivió su edad de oro en las décadas de los 80 y 90 y, también como ella, ha decidido enrocarse contra Amazon, la piratería y hasta sus propios lectores, que por lo visto no leen bien ni lo bastante y encima se quejan de que los libros son caros. A esa industria aterrorizada le auguro un futuro largo y portentoso, siempre y cuando superen su verdadera enfermedad, cuyos síntomas incluyen: independientes que se comportan como multinacionales, distribuidoras que pesan demasiado, premios fraudulentos, revanchismo, cuentos a precios de libros, artículos a precio de ensayos, libros digitales a precio de libros de bolsillo y libros de bolsillo a precios desorbitados.
Es el peor de los tiempos y es el mejor de los tiempos, más o menos como siempre. No olvidemos que en el mundo hay más de 450 millones de hispanohablantes y que Amazon se ha hecho ricovendiendo los libros de los demás.

Fuente: http://www.eldiario.es/turing/libro_digital-industria_del_libro-muerte_del_papel_0_102539773.html 

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